Trigésimo noveno día de confinamiento
Hoy me desperté temprano y, a continuación del café, retomé las últimas páginas que me quedaban por leer de La isla, de Huxley. Después de salir de esa atmósfera de luz resplandeciente, de plenitud del ser y de Mantis Religiosas en plena ceremonia de apareamiento, regreso a la luz que entra en mi cuarto a través de la ventana, al subir la persiana y, ¿qué me encuentro?
Algo tan sublime e inesperado que lo he interpretado como una señal del universo, una de las contadas y maravillosas veces en las que la vida me quiere decir algo.
No puedo desligar lo que he presenciado de lo que he leído, de lo que he interiorizado sobre lo que he leído, y eso, a su vez, de las otras lecturas, estudios, investigaciones en curso y reflexiones que me conducen siempre a una misma conclusión: somos Uno, la Creación, el Tao, el Todo, Dios, cada uno que le asigne su palabra, su teoría, su teología, limitada e ignorante. Y cada uno es un dios en sí mismo y todos, en conjunto, somos ese Todo que permanentemente gravita, estableciendo un orden, equilibrando los desequilibrios, tendiendo a la armonía. Y es esta sensación de unicidad el mensaje que me ha llegado a través de las imágenes que os voy a describir.
Al levantar la persiana he visto dos moscas. Dos moscas enganchadas, apareándose. Una era más pequeña que la otra y yo, en mi ignorancia he pensado que sería la hembra, porque ¿no es cierto que en muchas especies el macho es más grande? Sin embargo, la pequeña es la que parecía estar detrás, que no encima, porque estaban en posición horizontal, más o menos la que llamamos los humanos misionero. He podido observar cómo movían sus patitas a los lados para acoplarse; la ceremonia ha durado unos segundos, puede que, incluso más de un minuto, hasta que se han soltado, después de tanto movimiento. Y, al soltarse, la mosca que estaba en posición pasiva, que parecía ser la receptora, la más grande, ha ido sacando del cuerpecillo de la otra un largo y piramidal punzón, como un hilo negro de seda, sublime y colosal a un mismo tiempo, para su minúsculo tamaño. Y he visto cómo, poco a poco, el punzón se iba retrayéndose sobre sí mismo hasta convertirse en algo invisible que se ha integrado dentro de su propio cuerpo, como cuando vemos, en una película futurista, el desenganche de la cápsula espacial del módulo madre.
Juro que nunca anteriormente vi nada parecido. Y, entonces, he pensado en el regalo que me ha hecho el universo, en la probabilidad estadística de que te toque la lotería, muchísimo mayor que la oportunidad de que te encuentres con un hecho natural semejante al levantarte una mañana, sobre todo, en este estado de confinamiento. Así, en un momento en el que acababa de leer otro hecho de ficción semejante y maravilloso, en las páginas de un libro escrito por alguien adelantado a su época, por su mentalidad iluminada, en más de cien años, contado con tanta sabiduría, escasa como estas ¿casuales? representaciones a las que el cosmos nos invita, para hacernos saber que somos dios y parte de ese todo. Ese maravilloso todo que constituimos.